No era
la primera vez que Versos en plenilunio recibía a Josela Maturana, una de las poetas
más carismáticas, profundas y elegantes de nuestra literatura, con una
trayectoria larga y fecunda, que se concreta en libros como La vida inédita (1977), Oficio del regreso (1999), La soledad y el mundo (2000), No podrá suceder (2007), Lugares de orfandad (2008), Principio
de la desolación y Para entrar en la
nieve.
Redacción.-
En sus palabras de presentación,
Domingo F. Faílde destacó, como rasgos característicos de la poética de esta
autora, su capacidad de metaforización, sentido de la musicalidad y poder de
emoción; todas estas cualidades
–dijo- se han ido depurando conforme la
poeta, en cada libro, ha intentado –con éxito- ese salto hacia adelante que
caracteriza a la gran poesía. Su obra
sintetiza la mirada hacia lo presente y la memoria de lo pasado, componiendo
con ellas una singular visión de la realidad. Con estas herramientas, más allá
de clichés y arquetipos gastados, Josela Maturana se enfrenta a los misterios
que alimentan a la propia naturaleza de la poesía. Hablamos, entre otras cosas,
del paso del tiempo, las sucesivas pérdidas que el existir comporta, el amor,
el desamor, la soledad y, cómo no, la decadencia de nuestra civilización y la
progresiva ruina del mundo, tratando siempre de despejar incógnitas y hallando
en la palabra un viático infalible para seguir haciendo camino.
Josela Maturana, que no teme a lo
inédito, regaló a su auditorio la primicia de un nuevo proyecto, bajo el título
La luz guardada, dando lectura a una
interesante selección, compuesta por quince poemas significativos, a los que
definió como poemas sobre la mirada,
pues tratan de retratar la realidad a través de esa cámara subjetiva que es la
mirada de cada uno, a modo de fotografías
hechas con las palabras, en las que es evidente la influencia del cine, que
convive con imágenes de la intimidad de la autora y del mundo que le ha tocado
vivir.
El significado de la poesía dentro
del propio poema, el naufragio histórico y social que estamos viviendo, el
mundo que habitamos algún día, lo vivo inerte, los paisajes urbanos en
contraposición al referente natural que todos llevamos dentro, la función del
poeta en la existencia, el amor, la amistad, la pérdida y la virtualidad de los
nuevos soportes comparecieron en esta muestra, a modo de retablo, crudo aunque hermoso,
de nuestro tiempo.
En el plano formal, se apreció una mayor
densidad expresiva, apuntando la autora a un discurso sin duda más desnudo y directo,
que sigue encontrando en el lenguaje un aliado ductil de su ansia de belleza.
Redacción.-